‘Sonrisas y lágrimas del traductor de doblaje’, por Marta Baonza Jerez

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Con más de 15 años de experiencia, Marta Baonza Jerez, ganadora de uno de los Premios Atrae a la adaptación y traducción audiovisual, nos ilustra sobre los entresijos de una profesión que busca el matrimonio perfecto entre la obra original y el producto final doblado.

Sonrisas y lágrimas del traductor de doblaje

Por Marta Baonza Jerez

El proceso de doblaje de cualquier episodio o película se inicia con la traducción del guion por parte de un traductor audiovisual, un ser glamuroso que muchas veces trabaja en pijama y cuya oficina se sitúa a un par de metros de su particular fábrica de sueños: su lecho… ¿o debería decir «cama»? Con esta fútil pregunta solo quiero destacar que, como traductores, nos enfrentamos a continuas decisiones léxicas para adecuar el texto traducido al registro del original, aunque en este idioma el vocablo empleado sea el mismo, independientemente de si lo usa un profesor de Harvard o un yonqui que vive en la calle. Por tanto, los diccionarios de sinónimos, los diccionarios euléxicos y los de ideas afines son nuestros aliados, pero no más que los amigos, los colegas y los contactos con que contamos en diversos ámbitos, de los que nos valemos para confirmar la terminología y si determinadas expresiones son de uso habitual en ciertos colectivos. En definitiva, somos bastante preguntones.

Ahora bien, la comodidad de nuestro hábitat de trabajo puede verse perturbada por las estrictas medidas de seguridad que imponen las productoras que obligan al traductor a desplazarse hasta el estudio de doblaje para acometer la traducción in situ cuando la imagen no puede salir del estudio. En algún caso extremo ⎼y por suerte, excepcional⎼, he oído incluso que el traductor se ha visto obligado a permanecer recluido durante varios días para la traducción de la película… en un lugar secreto. Vale, esto último ha sido producto de mi imaginación después de pasarme el día viendo pelis y series por ocio y por trabajo.

Las herramientas de trabajo y el plazo enemigo

Las principales herramientas de trabajo que nos proporcionan al recibir un encargo son el guion original y el vídeo, y estos pueden provocarnos sonrisas pero también lágrimas.

En un mundo perfecto, el guion original se correspondería íntegramente con los diálogos que oímos y aunque solemos recibir esta crucial herramienta en condiciones dignas, nunca podemos bajar la guardia, puesto que llegan a nuestras manos muchos tipos de guiones. Nuestra misión es siempre la misma: entregar una traducción que facilite el trabajo lo más posible al siguiente eslabón de la cadena.

Las joyas de la corona y las más escasas son los guiones preparados por empresas especializadas en crear guiones internacionales para los distintos países a los que se va a exportar dicha producción, que incluyen explicaciones culturales y detallan el sentido con el que se emplean determinadas expresiones coloquiales. Estos son los que nos dibujan una sonrisa, porque agilizan enormemente el proceso ahorrándonos documentación y nos dan tranquilidad pues, por muy buen nivel que tengamos de ambos idiomas y por mucho bagaje cultural con el que contemos tanto en la lengua de origen como en la de destino, toda ayuda es poca para evitar que se cuelen gazapos o errores de interpretación y para lograr captar hasta el matiz más sutil que a veces solo el guionista original conoce.

Otros guiones son transcripciones de los diálogos, donde cualquier parecido de lo transcrito con su realidad oral es pura coincidencia. Finalmente, existe un tipo —el más temido— en el que, ya sea porque se trata de un guion de preproducción o porque no se dispone de la versión definitiva del guion de rodaje, no figuran muchos de los diálogos o son una versión preliminar, y ello obliga a tirar de pantalla y traducir de oído. Ni que decir tiene que, dependiendo de la escena en cuestión o del acento del que hable, conseguir descifrar con exactitud la totalidad del diálogo puede tornarse en una misión cuasi imposible y, literalmente, hacer brotar lágrimas.

El vídeo suele llegar al traductor con la marca de agua del estudio o de la productora, y en muchas ocasiones es el nombre del traductor el que constituye dicha marca de agua.

Con estas herramientas y nuestros recursos, empezamos nuestra misión bregando con las dificultades propias de la traducción y luchando contra uno de los principales enemigos del traductor y de la calidad: los plazos ajustados, que por desgracia no dejan de menguar de la mano de esta sociedad impaciente y de las exigencias que imponen los estrenos simultáneos.

Un trabajo en equipo

El doblaje es una opción que pone al alcance de numerosos espectadores unos productos audiovisuales que no podrían disfrutar de otro modo.

En el proceso de doblaje intervienen numerosos profesionales que se entregan con ilusión a su trabajo y que tienen el privilegio de dedicarse a algo que les motiva, les agrada y les resulta gratificante.

Después de la traducción, que es el punto de partida del proceso de doblaje, es el turno del ajuste. El ajustador suele ser el propio director de doblaje y es quien se encarga de ajustar —valga la redundancia— los nuevos diálogos para que «entren en boca» y cobren mayor naturalidad y cohesión. Tras la revisión y aprobación del texto por parte del cliente, en su caso, los actores de doblaje se encargarán de que esas intervenciones suenen espontáneas, sin que se note que parten de una lengua extranjera, y transmitan no solo palabras sino también sentimientos.

Yo concibo el proceso de doblaje de cualquier producto audiovisual como una labor de equipo donde cada participante aporta su trabajo para conseguir el doblaje «ideal» y donde la comunicación y la coordinación son esenciales, aunque por exigencias del guion de la realidad no siempre haya tiempo ni posibilidad de trabajar verdaderamente en equipo; eso sí, siempre hacemos lo que podemos para sortear los escollos y comunicarnos.

En aras de lograr esa comunicación, cuando hacemos una traducción y tomamos una decisión arriesgada, solemos ponerle una nota al adaptador/director para transmitirle nuestros motivos y que así pueda decidir con mayor fundamento si sigue por ese camino o se distancia. También solemos aportar traducciones alternativas para los casos más peliagudos o incluir notas para hacerle partícipe de los dobles sentidos o de la información que consideremos oportuno compartir y para justificar por qué nos alejamos de una traducción más literal.

Por ejemplo, los chistes de «toc, toc» (knock knock) son muy habituales en las películas estadounidenses y suelen jugar con una hipotética situación en la que alguien llama a la puerta y al preguntar desde dentro «¿quién es?», su respuesta da pie al chascarrillo de turno por la proximidad fonética con otra palabra al desvirtuar ligeramente la pronunciación o fusionar palabras para que todo culmine en algo gracioso. Aun en el caso de que encontráramos una traducción adecuada, la estructura del chiste no transmitirá lo mismo a un espectador español, por lo que en numerosas ocasiones he recurrido a un chiste de «Se abre el telón…», que creo que transmite una sensación similar. En estos casos, opto por una traducción más literal y la alternativa sería el chiste del telón.

Conocer de cerca todo el proceso de doblaje me ha ayudado asimismo a entender mejor muchas de las decisiones tomadas sobre nuestro primer borrador de lo que será el guion de doblaje final y las restricciones que a veces obligan a modificar nuestras palabras antes de que lleguen al atril.

Asociaciones y responsabilidad

Como ya he dicho, traducir para doblaje es un trabajo muy gratificante que no deja lugar al aburrimiento, que te convierte en protagonista de las historias más diversas, que te permite aprender un poco de todo y desempolvar términos que apenas utilizas, e incluso proponer neologismos —cuando es estrictamente necesario y siempre con prudencia— y hacer malabarismos con el idioma. Ahora bien, también supone una gran responsabilidad hacia nuestro idioma y un reto para saber reflejar la evolución del lenguaje sin transgredir sus normas y sin olvidar que una frase, un término o un insulto fruto de la creatividad puntual de traductor y ajustador pueden acabar marcando tendencia.

Los traductores audiovisuales somos unos grandes desconocidos y en parte está bien que no hablen de nosotros cuando eso signifique que no damos motivos para la crítica, pero también es de agradecer que las cosas estén cambiando y que se cite cada vez más al traductor. En este sentido, me parece crucial la labor de asociaciones como ATRAE (Asociación de Traducción y Adaptación Audiovisual de España), que velan por los derechos de los traductores y ajustadores, por la calidad de las traducciones y los ajustes y por reconocer el mérito de trabajos que entrañan especial dificultad para traductores y ajustadores/directores, a los que considera un tándem. Además de impartirse cursos y talleres, desde hace siete años se conceden los Premios ATRAE a las distintas categorías de traducción entre las que no falta el doblaje.

¿Existe el doblaje ideal? Siempre habrá una parte subjetiva en todas las decisiones y nunca lloverá a gusto de todos, pero creo que, en general, los profesionales que nos dedicamos a esto procuramos hacerlo lo mejor posible y nos formamos continuamente, nos asociamos… y no cejamos en nuestro empeño de conseguir el mejor doblaje posible sin excepciones.

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