Historia viva de la televisión, actriz, dramaturga, directora de doblaje, Luz Olier, premio Irene de Doblaje 2019, se inició a finales de los años 60 en la interpretación, primero en la radio y, tras dar sus primeros pasos en el bullente teatro universitario de la época, en la compañía de Vicente Parra.
Actriz todoterreno, Olier, además de escribir guion radiofónico, relatos y novelas, ha intervenido, desde los años 70, en decenas y decenas de doblajes, desde Los ángeles de Charlie, hasta la más actual Mentes criminales, pasando por su magnífica Emma Channing, la excéntrica hija de Angela Channing en la serie Falcon Crest; y doblando además a actrices de la talla de Susan Sarandon, Isabella Rossellini, Ida Lupino, Vanessa Redgrave, Jane Wyatt, Jamie Lee Curtis, Frances McDormand, Kelly McGillis, mujeres siempre de gran personalidad, a las que Olier prestó su voz, y entre las cuales destaca la inolvidable Minerva McGonagall, la profesora de la saga Harry Potter interpretada por Maggie Smith, una las ‘parejas de baile’ más constantes en la carrera de Olier, la actriz española que también se ha prodigado, esta vez como actriz de imagen, en clásicos televisivos como Barrio Sésamo, El comisario, Abogados, Hospital Central o Cuéntame.
PREGUNTA.- Mariluz, ¿qué sentiste el pasado mes de mayo al recibir el Premio Irene de Doblaje?
RESPUESTA.- Fue como recibir un abrazo solidario a tu trabajo. Tengo otros premios. Pero no tienen nada que ver con este. Son premios que se daban por una razón profesional. Este también. Pero te lo dan los compañeros. Es como recibir el cariño de la gente. Para mí es el premio más importante, desde luego.
PREGUNTA.- Eres una mujer polifacética: actriz, novelista, dramaturga. ¿Cuándo te sentiste llamada por la ficción? ¿Cómo fueron tus primeros pasos en el mundo de la interpretación?
RESPUESTA.- Fue en el colegio, en el colegio de monjas. Yo iba a un colegio de Salesianas, y allí se hacía teatro todos los fines de semana. Hacían cosas increíbles; aparte de la Galería Salesiana, que, algo raro, transformaba en chicas a todos los personajes. Pero, además, hacíamos obras como El gran teatro del mundo, de Calderón de la Barca… Era tremendo. Con el teatro yo me fumaba muchas clases porque tenía que ensayar la función del sábado o del domingo. Y aquello fue lo que me metió el gusanillo del teatro. Algo peligroso; es difícil huir de él.
PREGUNTA.- El teatro, el cine, la televisión… ¿han cambiado mucho en los últimos años? ¿Y la interpretación de los actores?
RESPUESTA.- La forma de actuar de los actores ha cambiado muchísimo. Es algo fácil de comprobar. Las películas dobladas que veíamos de niños no tienen nada que ver con las de ahora. Ahora, la interpretación de los actores es mucho más naturalista, mucho más realista. Supongo que tiene que ver son Stanislavski, con todas las escuelas de interpretación que llegaron aquí a partir de los años 60. Fuera funcionaban mucho antes, pero aquí nos llegaron a partir de los 60.
Ahora la interpretación es mucho más orgánica; mucho más acercándose a lo que siente el personaje. Y, evidentemente, ya no se ve a ninguna actriz que se agarra de las cortinas para hacer un monólogo.
PREGUNTA.- Eres actriz de doblaje desde los años 70, y directora desde 1985. ¿Qué te ha dado el doblaje?
RESPUESTA.- El doblaje me ha dado algo muy importante y es precisamente la posibilidad de comprobar cómo son las interpretaciones. No solo para mi propia interpretación sino también para los guiones. A la hora de hacer un ajuste me ayudaba mucho haber sido guionista de radio y de televisión. Pero el doblaje te enseñaba también nuevos métodos; era muy importante. Tenías contacto con grandes actores, más en películas de distribución que en series; las series de televisión dan menos posibilidades a los actores; todo está mucho más basado en la acción, en el diálogo, que es mucho más intenso; no es lo mismo que una película.
Comprobar los silencios de un actor al visionar una película tantas veces. No es lo mismo ver una película sentada en el cine que hacer un ajuste. Ver varias veces cada take. Ahí puedes interiorizar lo que hace el actor, o la actriz. Eso me ha ayudado mucho en mi trabajo como guionista. Y como actriz.
PREGUNTA.- ¿Y los cambios en el doblaje? ¿Cómo los contempla una mujer con tu experiencia? ¿Te gustan? ¿Qué echas de menos del pasado?
RESPUESTA.- En el doblaje actual echo de menos la interpretación. Eso es lo que más echo de menos. Cuando yo entré en el doblaje, salvo la escuela de Salvador Arias, no conocía otra; había alguna por ahí, pero no era fiable. Aprendíamos viendo a los maestros. Y todos los maestros habían pasado antes por el teatro o por la radio. Le daban mucha importancia a la interpretación. Recuerdo que decían: ‘No hay que ponerle un piso a la labial’. O, por ejemplo, si tú decías: ‘Me ha quedado corto’, rápidamente el director te decía: ‘No, no; está muy bien’. Porque habías logrado acercarte al actor. Habías logrado aquella mistificación. Que pusieras la voz a otro y pareciera que hablaba él.
Eso ha pasado ahora a un segundo término. Ahora le dan mucho más valor a que esté corto, a que esté largo, súbele dos frames, bájale no sé qué… Se le da mucha más importancia a la técnica que a la interpretación. Ahora, la gente que quiere incorporarse al doblaje, lo que quiere es aprender la técnica.
Es verdad que entonces se hacían 40 o 50 takes en una mañana. Un take era un trabajo… Se veía muchas veces, se ensayaba mucho, hasta que estaba cogida la medida, y sobre todo la interpretación que había hecho el actor en la pantalla.
Ahora, con las listas interminables de takes que hay que hacer, no dan tiempo. Los que se incorporan al doblaje lo que quieren es ver un take un par de veces… y hala, ya. Así es imposible; es imposible cuidar la interpretación.
PREGUNTA.- Has desarrollado también una labor como dramaturga, y como novelista y escritora de relatos. ¿Qué te ofrece la escritura?
RESPUESTA.- Para mí la escritura es una especie de escape. Por eso, no he necesitado nunca un psicólogo. Porque tenía la máquina de escribir o ahora el ordenador. Lo primero que escribí tenía nueve años. Yo quería unos patines. Los pedía a los Reyes, y no me los traían nunca. Éramos muchos en casa y se conoce que no había dinero para los patines. Así que escribí una función sobre una niña pobre que quería unos patines y una rica que tenía patines. La escritura siempre ha sido un poco terapéutica para mí. Y sigue siéndolo. Ahora mismo estoy terminando una novela. Y, sí, tiene un poder terapéutico. No podría dejar de escribir.
PREGUNTA.- ¿Cuáles son los doblajes que recuerdas con más cariño? ¿Y de los otros, qué hubieras cambiado si tuvieras ocasión?
RESPUESTA.- Yo no me gusto, nunca me he gustado. No sé si es virtud o defecto, pero yo no soy capaz de oírme, o de verme, con una sonrisa en los labios. Lo único que hago cuando me veo, o me oigo, es ver el defecto. Es un problema, esa cosa del perfeccionismo. Pero, entre los doblajes que he hecho, recuerdo el de Emma Channing. Era prácticamente al principio, cuando empezaba como actriz de doblaje, y me gustaba. Pero me gustaba por lo que tenía de reto; siempre he preferido hacer personajes que tenían algo que sacar de ellos, más que la dama que dice amores. Emma Channing tenía eso. Igual que Penélope García, de Mentes criminales. Me divertía haciéndolo. Y, si lo he dejado de hacer, es porque era un personaje que me fastidiaba un poco la voz; no tenía mucho sentido seguir con ella.
Es verdad que a veces oyes algo y dices: ‘Pues no está tan mal’. Pero no sería capaz de decirte un personaje que me haya dejado absolutamente contenta. No lo sé.
PREGUNTA.- También participaste en Estudio 1, un programa que difundía obras de teatro por televisión. ¿Qué recuerdos tienes de aquel espacio?
RESPUESTA.- Con eso ha pasado lo mismo que con el doblaje. Cuando hacías un Estudio 1 – un programa que estaba muy bien – ensayabas ocho, diez, hasta quince días. Ensayabas, me acuerdo, en la calle Pizarro de Madrid, como si fueras a hacer la función sobre un escenario. Es verdad que era difícil cortar. Entonces se hacían bloques de hasta de 20 minutos. Y cuando un actor se equivocaba al final de un bloque, había que repetir el bloque completo. Por eso tenía que ir todo muy bien ensayado; muy bien hecho.
Ahora, en primer lugar, ha desaparecido ese espacio. Y, después, cuando yo he trabajado en televisión, he visto que todo ha cambiado. No tiene nada que ver. El ensayo es un ensayo de mesa. Se pasa un poquito el papel… bueno, se lee. Y luego un ensayo técnico, donde te dicen ‘Aquí te pones, te coge la cámara dos; por aquí te levantas, por aquí te vas’. Todo es mucho más frío. No tiene la elaboración de entonces. Y supongo que los resultados son también distintos, claro.
PREGUNTA.- ¿Y tu vida ahora? ¿Sigues en activo? ¿Cómo es tu día a día? ¿Ves teatro y televisión?
RESPUESTA.- Hace un año y medio estuve en una compañía, una cooperativa. Montamos Un enemigo del pueblo, de Ibsen, una gran función. Yo interpretaba el papel de la señora Stockmann, la mujer del protagonista. Llevaba mucho tiempo sin hacer teatro. Y me apetecía hacerlo. Hicimos trece funciones. No he ganado nada económicamente con esa función. Pero me guiaba otra cosa. Me guiaba el hecho de poder subirme otra vez a un escenario.
En cuanto al doblaje, estoy jubilada; y eso es un problema. Te llaman poco. Pero si me llaman y es un papel que me interesa, jamás digo que no, jamás. Aparte, doy alguna clase de interpretación; pocas, porque tampoco quiero prodigarme en eso. Y sigo escribiendo, y seguiré. Estoy en activo. Mi vida no es estar sentada o dedicarme a dar paseítos con mis perros; tiene algo más.
PREGUNTA. – Y para terminar, ¿cómo imaginas el futuro del doblaje?
RESPUESTA.- Hay que ponerse las pilas. Que se exija una interpretación. Cuando doy una clase a mis alumnos les pregunto: ‘¿Tú has hecho algo de interpretación? ¿Has estado en algún grupo de teatro?’ Es fácil; te puedes apuntar a algún grupo, y subirte a un escenario, perder el miedo. Manejar las emociones. Saber manejarlas. Tener empatía y ver cómo el otro maneja las emociones, algo fundamental en el doblaje.
Creo que lo más importante ahora en el doblaje es cuidar la interpretación. Que la interpretación no quede en un segundo término. Para mí, el doblaje es un sector de la interpretación, exactamente igual que la televisión o el cine. Son distintas formas de entender la interpretación. Si estoy haciendo una obra de teatro, y me tienen que ver en la fila 24, mi interpretación tiene que ser mucho más grande, que si me coge la cámara a dos centímetros. En el doblaje pasa exactamente igual. No es lo mismo doblarte a ti mismo – que es dificilísimo, dificilísimo –, que doblar a otro actor; en ese caso lo que tienes que hacer es despersonalizarte del todo; intentar ser ese otro que estás viendo. Son distintos métodos. Pero todos tienen que ver con la interpretación. Eso es lo primordial. La interpretación. No se puede olvidar.