Iván Jara: «La prisa y el volumen de trabajo nos oprimen»

Iván Jara: «La prisa y el volumen de trabajo nos oprimen»

Con 55 años, Iván Jara, hijo de Amelia Jara y hermano de Sandra Jara, lleva toda la vida en el doblaje. Desde que, de chiquillo, acostumbrara a dormir la siesta sobre las rodillas de doña Irene Guerrero de Luna, la pionera del doblaje español, hasta la plenitud de sus últimos años, en que alcanzó creaciones tan notables como el ingeniero Howard Wolovitz, de The big bang theory, la vida de Iván ha transcurrido frente a un atril, y en las playas de Santander, su otra oficina, donde cabalga las olas, alejado del sonido de los estudios que le vieron crecer.

Después de más de 40 años en el doblaje, Iván Jara — voz de Michael C. Hall, en A dos metros bajo tierra y en Dexter; y de Joshua Jackson, en Dawson crece; sin olvidar el James de Pokémon — repasa en esta entrevista sus inicios en la profesión, cuando el doblaje era una gran familia y los estudios eran patios de recreo, donde lo mismo te cruzabas con una leyenda del teatro que con los caballos de Curro Jiménez, hasta el momento actual, con la inteligencia artificial (IA) acechando el mundo profesional de la voz, y cuando el trabajo en banda y el progreso técnico imprimen un vertiginoso ritmo de trabajo que “devalúa” a veces la calidad del producto final, según sostiene en esta entrevista para el blog de la Escuela de Doblaje de Madrid (EDM) el también profesor en este centro, editor de este blog.

¿Cómo llegaste al doblaje, Iván?

Amelia Jara, mi madre, era actriz de doblaje. Trabajaba en Madrid. Y aquí antiguamente se trabajaba los sábados. Nos decía: —“Si os portáis bien, el sábado os llevo al trabajo”—. Y nos portábamos fenomenal. Mi hermana Sandra y yo no hacíamos ni un ruido. Allí, en los grandes estudios de la época — Tecnison, Cinearte, Sincronía — coincidíamos con los hijos de otros actores o con niños que ya andaban trabajando, como David Robles. Era como un regalo. Nos encantaba. Imagínate, estar con la persona que hacía la voz de la abeja Maya. Eran amigas de mi madre.

Nos lo hemos pasado muy bien. Yo me he echado la siesta en las rodillas de todas las señoras de entonces: doña Irene Guerrero de Luna, Ana María Saizar, Mercedes Barranco. Era muy diferente. Había un nivelazo. Las mujeres se arreglaban para ir a trabajar. Rafael de Penagos iba con su mayordomo, con su gabán, su chaleco y su guardapolvos…

Al principio en el doblaje tiraban mucho de actores de teatro, cine y televisión. Y te encontrabas por allí con Manuel Tejada, con Jesús Puente…

Recuerdo en Cinearte, un estudio que estaba en el centro de Madrid, junto al mercado de san Miguel, estar un día en el bar y entrar Curro Jiménez con los caballos y todo, en dirección al plató. Flipábamos.

Por aquella época, además, la industria empezó a demandar niños. Antes los doblaban las mujeres. Pero empezaron a introducir a críos para doblar a otros niños. Y por allí aparecieron Miguel Ángel Garzón, Mar Bordallo, los Beteta, los Balas, la hija de Gálvez, los hijos de Carrillo…

¿Recuerdas tu primer ‘take’?

El primer ruido que hice en una serie fue gracias a Ángel Ter, el ‘ruidero’ en Tecnison. Los ‘ruideros’ eran las personas que hacían los ruidos para las películas y series. Ángel nos cogía de la mano a mi hermana y a mí, y nos bajaba a una sala en Tecnison. Ponía una película y nos preguntaba: — “¿No veis que ha sonado el teléfono?” —. Entonces él metía el sonido del teléfono; luego, unas pisadas… Mi hermana y yo flipábamos.

Un día, en una película de Ozores de aquellas del ‘destape’, con Fernando Esteso y Andrés Pajares, había una escena en la consulta de un médico, con unas señoritas estupendas, y el doctor, con una de esas señoritas sobre las rodillas, decía: — “No se preocupe, que le extiendo una receta” —. Y eso fue lo que hice yo. Ángel me dio un papel y un boli. Y con ellos repliqué el sonido de la firma del médico sobre el papel. Esa fue la primera vez que yo puse algún sonido en una película.

Luego, para una serie que se llamaba La señora García se confiesa, de Adolfo Marsillach, —una muy transgresora para aquella época; de hecho, mi madre no nos la dejaba ver — donde una monja colgaba los hábitos por amor, en Tecnison nos llevaban a todos los críos a la sala grande del estudio, y nos ponían a jugar. —“¡Pasámela!” —. Con todos esos sonidos creaban un ambiente, y se guardaba como patio de colegio. Eso fue lo primerísimo que hice. Lo recuerdo porque mi madre nos dio luego el sobre con el dinero que habíamos ganado.

¿Cómo ha cambiado la profesión desde entonces?

No tiene nada que ver. En aquella época, la de Félix Acaso, Jesús Nieto o Simón Ramírez, con los que yo aprendí, iban con 57 o 60 takes para una tarde, y ya estaban agobiados. Es verdad que la tecnología ha avanzado. Pero entonces era un trabajo más artesanal. Ahora no hay tiempo para un trabajo tan metódico. La prisa y la cantidad de trabajo que hay que sacar adelante, nos oprimen.

Es verdad que hoy la tecnología es distinta. Y trabajamos en banda, lo que te permite ir más rápido. No es lo mismo estar seis delante de un atril, cuando el error de uno ya te obliga a repetir, que tú solo. Pero, incluso con estos aparatos, y en banda, si fuéramos un poco más lento, todo quedaría mejor, más redondo. Pero no hay tiempo.

También ha cambiado la oferta. Antes había solo dos canales de televisión. Y ahora hay decenas. Hay que sacar adelante mucho trabajo. Pero también debemos entender que los actores somos personas. Y nos gustaría ir más despacio para hacerlo mejor.

¿Qué personajes destacarías de tu carrera?

Coges cariño a todos. Pero los más gordos son los de Dexter; Pokémon, por supuesto (he estado 30 y tantos años doblándolo). Y también otros más pequeños como el pez Klaus, de Padre made in USA, o los de Crónicas vampíricas, o Anatomía de Grey.

¿Te has especializado en algún papel?

Siempre hay papeles en los que te sientes más cómodo. Pero especializarte en algo es cerrarte puertas. Imagínate un pintor que solo sabe pintar con un único color. O en el doblaje, si solo sabes hacer a Morgan Freeman. ¿Cuántas películas hace al año? Te morirías de hambre. Un actor de doblaje tiene que saber hacer de todo. Yo doblo hasta focas, como decían antiguamente. Además, si un director ha pensado en ti para un papel, debes defenderlo. Aunque te hubiera gustado repetir la mitad de los takes. Pero para eso está el director. Además, muchas veces, esos papeles que no te han convencido, son los que más te reconocen.

¿Por qué fases ha pasado tu carrera?

Lo mío fue un poco raro. Nosotros nos criamos en el doblaje. Y además coincidió con el momento en que se introdujeron a los niños en el doblaje. Al principio, mi hermana y yo lo veíamos como un juego. Pero a partir de los 13 o 14 años vieron que funcionábamos. Y empezamos a doblar mucho. Al igual que otros niños, como David Robles, Miguel Ángel Garzón, los Balas… Empezamos a currar y a aprender. No tuvimos ninguna escuela. Aprendimos viendo doblar. Luego hay que demostrar que sabes hacerlo, claro. Ser hijo de una actriz te sirve, pero hay que defenderlo. Y te aprietan más. De hecho, hay otros hijos de actores que no sirvieron, o tiraron para otro lado. Pero a mi hermana y a mí nos encantaba. Un día hablando con mi madre le dijimos: —“ Mamá, nos queremos dedicar a esto”—. Yo tenía 15 o 16 años, y mi hermana 12. Y mi madre contestó: — “Me parece bien. Acabad de estudiar. Y luego vais a por todas. Tenéis que ser los mejores” —. De hecho, ella al principio no nos llamaba. No nos llamó hasta que llevábamos dos o tres años. Nos convocaban Eduardo Jover, Simón Ramírez, Martínez Blanco, Félix Acaso… Mi hermana ya pilló su primera serie: Roxanne. Y entonces un día mi madre nos llamó para una película en Cinearte. Los dos de protas. Luego nos han contado que iba preguntando: — “¿Qué tal los chavales?” —. Así fueron nuestros inicios. Pico y pala. Algo que ahora no pueden hacer los chavales, por otro lado. Antes se podía ir a los estudios a hacer sala. Hoy, con todos los que somos, sería imposible.

Otro cambio fundamental fue cuando comenzamos a trabajar en banda. Antes éramos una familia. Doblábamos todos juntos en el atril. Y todo el mundo estaba allí durante toda la convocatoria. No más tarde de las nueve estábamos ya todos por allí. Y nadie se iba hasta que acababa el capítulo. Había muy buen rollo. Y una gran camaradería. Estábamos todos juntos, toda la mañana y toda la tarde. Y así un día tras otro. Eso se ha perdido, claro.

Hay una etapa en que tú vas picoteando. Un día haces un trabajillo; otro día algo más grande; la siguiente semana no trabajas… Pero llega un momento en que todo explota. Y empieza el curro en serio. A lo mejor te caen cuatro series a la vez. Y no sabes ni cómo llevarlo. Siempre se ha dicho. En esta profesión, o te mueres de hambre, o de sueño.

¿Cuál es tu serie favorita?

No suelo ver series. Llego muy saturado. Y procuro descansar. Date cuenta lo que ha sido en mi casa, con mi madre, mi hermana y yo, todos actores. No se podía ver una peli. — “Mira qué papel le han dado a este”. — “Esto se ha hecho en Tecnison”. — “¡Uy, qué mala voz; está afónico!” — “Le ha quedado corto” —. Eso me ha marcado. Ahora, solo intento descansar. Ver algún vídeo de surf. Y descansar.

¿Y al cine? ¿Vas?

Si tengo novia, sí; pero no solo. Cuando tengo ‘churri’, sí voy. O cuando hay una película que quiera ver y escuchar bien, en pantalla grande, como la de Queen, por ejemplo. Pero no me gusta ir solo.

¿Qué personaje te hubiera gustado interpretar?

A Leonardo Di Caprio en El lobo de Wall Street. Un currazo. Y un reto, como lo fue para David Robles, quien lo dobló. Quinientos y pico takes sin parar. Esa sí la he visto en cine. Porque merece la pena ver a David partiéndose el pecho. Él mismo me lo ha dicho: — “Es de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida” —. Y mira que David es buen actor. A mí me gustan los retos así. A mí me das al guapito, y vale, te lo defiendo. A algunos hasta los cojo cariño, les vas pillando el rollo. Pero a mí dame chicha. Dame raterillos, yonkis, asesinos, el típico gracioso…. Los histriónicos. Papeles que luego voy a casa y he sudado.

¿Qué es un buen director de doblaje para ti?

Tiene que ser actor. O por lo menos alguien que sepa de qué va esto. Y no como algunos, que ahora han sentado ahí, y no saben ni lo que es madrugar. Tiene que ser alguien a quien le guste esto. Que lo entienda, por supuesto. Y que facilite al actor el trabajo, desde el ajuste y la adaptación, hasta la sala. Alguien que esté a tu lado. Que te deje trabajar. Y que no te ponga nervioso. Que no te putee. A mí no me pasa, eh.

Así me comporto yo con mis alumnos. Dar clase es al final una labor de dirección. Intento ser lo más empático posible. Porque si el actor se pone nervioso no vas a conseguir nada. Y ayudar. Porque el director ha visto entera la película. Él te puede explicar un matiz. O darte más información. Al final esto es un trabajo en equipo. Si falla una de las patas, se va todo al garete.

¿Y tu faceta de profesor? ¿Qué te ha enseñado?

Mucho. Cada día. Primero a conocer a mil tipos de personas. Somos cada uno un mundo. Y luego a ser empático. Cada día aprendo mucho de mis alumnos, de su valor, al igual que ellos aprenden de mí.

¿Eres consciente de los recursos que utilizas a la hora de doblar a un personaje?

Creo que soy consciente solo de un 2% de las cosas que hago en un atril. Pero el 98% restante las hago sin darme cuenta. Y a mi hermana le pasa lo mismo, le sale solo.

¿Crees que tu Howard Wolovitz es tu mejor creación?

Si no la mejor, una de las mejores. Tengo tres o cuatro personajes o actores que me encantan. Son los que más han marcado mi carrera. El Howard Wolovitz, de The big bang theory; los que interpretó Michael C. Hall, en A dos metros bajo tierra y en Dexter; y el de Joshua Jackson, en Dawson crece. Y, por supuesto, Pokémon. Llevo tanto tiempo doblándolos. Y además, los guiones de The big bang theory son tan buenos… A ese actor, Simon Helberg, lo he doblado también en otra película, en la que hace de profesor de piano, y está excelente. Esos personajes me han marcado.

¿Cómo valoras el momento actual del doblaje?

Que el doblaje se va al garete es algo que llevo oyendo toda la vida. Y nunca se ha acabado. Pero, o lo cuidamos, o se acabará terminando. No solo por la llegada de la inteligencia artificial (IA), sino porque ahora el trabajo se está esparciendo y dividiendo de una manera que no entiendo.

En cuanto a la tan temida IA, creo que la gente puede estar tranquila. Hay una barrera. Y por mucho que una máquina se ponga, no la va a poder superar. Para otras cosas quizás, pero para una película, no. No veo a una máquina doblando una escena de Gorilas en la niebla, por ejemplo. O una escena de amor. No creo que eso lo pueda hacer una máquina.

Pero deberíamos cuidar el doblaje. Tratar de que el trabajo lo hagan los profesionales de verdad. Los que están preparados. Y bajo un convenio. Tenemos cada vez mejores profesionales. Los chavales se están preparando muy bien y vienen dando guerra. Pero el ritmo de trabajo es demasiado rápido. Y la calidad se ha devaluado un poco. Deberíamos cuidarlo.

¿Qué aportan las series a un actor de doblaje? ¿Qué significa trabajar en proyectos tan largos como Pokemon?

Aportaban. Antes, trabajar en una serie significaba curro para tres años. a lo mejor. Imagínate. En lo personal te da tranquilidad. Y en el trabajo, la oportunidad de ir conociendo a tu personaje. Se crea también mucha camaradería con el resto del equipo. Yo con Pepe [José Escobosa] y con Amparo Valencia, del Team Rocket, hemos recorrido toda España, en acontecimientos como la Japan Week y cosas así. Aparte de las horas que hemos pasado juntos doblando la serie.

Antiguamente venían series con 60 capítulos de golpe, por ejemplo. En el caso de los Pokemon fueron ciento y pico capítulos en un primer momento. Ahora las series vienen con seis capítulos, tres… Luego, si funcionan, van rodando más. No es lo mismo. Ahora es trabajo para tres miércoles. Y, si te matan, se acabó.

Háblanos de tu hermana, Sandra Jara. ¿Qué te gusta de ella como actriz de doblaje?

Me parece una gran actriz. Me gusta todo. Tiene por ahí una cucarachita, con un gusanito que hace Amparo Bravo, que están las dos para comérselas. Las Vanellopes y esas cosas que hace… He trabajado mucho con ella. En Crónicas vampíricas somos novios. Imagínate lo que es currar con tu hermana. Se te olvida entrar y te pega un codazo: — “¡Venga, espabila, que tienes que entrar!” —. Hay muy buen rollo. Y es muy buena actriz. A veces estoy en el cine, y tengo que mirar para otro lado, porque se me escapa la lagrimilla.

Si volvieras a vivir, ¿elegirías esta profesión?

Sin duda. He tenido además una temporada de 14 o 15 años en que he sido profesor de surf. Y me decía: — “Tengo los mejores trabajos del mundo” —. Una playa de 8 km que era mi oficina. Y luego en Madrid haciendo doblaje. No he podido tener nada mejor. A mí me metes en una oficina de nueve a seis y me matas. Me gusta la caña. Hoy hago un videojuego, mañana una serie, pasado no trabajo y voy a Santander, luego tres semanas a full… Eso es a lo que estoy acostumbrado. Y si me lo cambias acabaría desquiciado. No puedo estar todo el día sentado en el mismo sitio. Ni ser siempre la misma persona. Me gusta ser un rato un policía negro, luego un ratero, un yonki, después Dexter, y luego un dibujo animado. Si me quitas esa salsa, mal. Así llevo desde los seis o siete años

¿Y si no pudieras hacerlo? ¿Qué te hubiera gustado hacer?

Nunca me ha dado tiempo ni a pensarlo. Pero me hubiera gustado ser GEO. Ir a saco. Morirme en las pruebas porque me den el título, rescatar a gente, pillar malos… Algo que me proporcione adrenalina.

Tienes también una estrecha relación con el surf. ¿Qué te aporta este deporte?

Deberías probarlo. Soy un apasionado de todos los deportes que practico. Pero el surfing tiene algo mágico. Aunque seas un paquete. Son muchas cosas. Levantarte amaneciendo con esa sensación de frío. Meterte en el agua. Que el mar te pegue cuatro revolcones. Ducharte luego… La conexión con la naturaleza, con los amigos. Por la mañana todo el mundo llega medio dormido. Casi nadie habla. Luego se van despertando. Es muy bonito. Llevo muchos años practicándolo. Y soy un enamorado. Yo tengo ya 55 años, no voy ya como los niños. Cojo mis olas y no lo hago mal. Pero ahora me pongo en mi rinconcito, con los puretas… Me meto en el agua, en verano a las 6:30, ahora en invierno más tarde, cuando amanece. Te metes en el agua, que está más caliente, viendo salir al sol, con Santander detrás… Salimos del agua a las 9:30, te pegas una ducha calentita en el centro de surf. Es una maravilla. Aunque me lo paso igual de bien subiendo a la Pedriza una mañana. Lo que quiero es salir de la rutina

¿Qué consejos ofreces a tus alumnos de doblaje?

Que no tengan prisa. Esto es un trabajo de fondo. Es como montar en bicicleta. Hay quien aprende en dos horas. Quien aprende en dos tardes. Y quien aprende en un mes. Pero al final todo el mundo aprende. Hay quien entra a trabajar poquito a poco; a otros se les ilumina el camino y están trabajando mucho antes, aunque luego la cosa se puede frenar… Que vayan poco a poco. Y que el día que les llegue, tampoco piensen que han tocado ya el cielo. Porque luego eso se puede dar la vuelta y estar un año sin currar. Que sean humildes. Educados. Que vayan limpios. Y que cada uno intente ganarse a la gente por lo que son, y por cómo lo hacen.

Leave a comment