Eduardo Jover: «No pudieron cortarme el cuello»
Apasionado, comprometido y vital, Eduardo Jover, andaluz de Linares, ha paseado su palmito por el Madrid de la Transición, hasta nuestros días, desesperando por el camino a algún director de doblaje, que le reprochaba su pasión por la vida, pero también prestando su voz a algunos de los personajes más destacados de la historia reciente del cine y la televisión; desde los que encarnaran Tom Cruise en El color del dinero, o Tom Hanks en Big o La hoguera de las vanidades; hasta los protagonistas de comedias que, a finales de los 90, dieron un volantazo al género, como Algo pasa con Mary o Full Monty.
Una pasión que este actor incombustible compartió con las figuras míticas del doblaje español, con quienes también dobló series clave, como Urgencias, The office o Vacaciones en el mar.
¿Cuándo empezaste a trabajar, Eduardo? ¿Por qué te decidiste a ser actor?
Vine a Madrid a estudiar Periodismo. Pero mis colegas ganaban muy poco dinero. Así que empecé a doblar. Entonces se ganaba mucho dinero. El primer take lo hice en septiembre del año 1975.
¿Cómo era la Escuela Superior de Arte Dramático de Córdoba cuando estudiaste allí?
Le dije a mi padre que iba a Córdoba a estudiar Derecho. Pero también me matriculé en Arte Dramático. Allí, en la escuela, me di cuenta de que siempre me daban los protagonistas. Así, que me dediqué a fondo a la interpretación. Y al terminar el curso, cuando llamé a mi madre, anunciándole que volvía a Linares, para pasar el verano, ella me preguntó. —“¿Qué tal las notas?». —“Mal”—, le dije yo.
En Arte Dramático había sacado matrícula de honor. Pero en Derecho no me había presentado a ninguna. —“¿Cómo de mal?”—, me preguntó mi madre. —“Muy, muy mal”—, le contesté yo. —“Pues no vengas a casa; tu padre se ha enterado de tus correrías por Córdoba, y te está esperando, para matarte”—, me advirtió . —“¿Y adónde voy?” —, pregunté. — “Pues no lo sé. Pero aquí, no. Que tu padre te mata” —.
Así que me fui a Málaga, en lugar de volver a Linares, para unirme al Teatro Ara, durante la campaña que hacían en verano en el Teatro Romano de Málaga. Esta compañía era muy importante. Allí, en Teatro Ara, estudió luego, por ejemplo, Antonio Banderas. Con ellos me vio el director del grupo de teatro de Madrid Los Errantes. Y me llamó.
¿Cuándo te decidiste a venir a Madrid?
En 1973. Un año antes no conseguí plaza en la Facultad de Ciencias de la Información. De entonces conservo un libro, fechado, que guardo en el cuarto de baño, y que me regalaron: ‘Cartas a un joven poeta’. Me lo regalaron el día de mi cumpleaños.
¿Y qué te llevó a hacer Periodismo?
Siempre he querido ser periodista. Siempre he escrito. Pero no da dinero. Y para criar bien cuatro hijos, necesitas dinero.
¿Cómo era el ambiente en la capital de España cuando llegaste? ¿Qué situación política y social se vivía entonces?
Estábamos siempre en mítines, siempre contestando. Aunque a mí no me pegaron los ‘grises’. Bueno, sí, una vez. Me pegaron los ‘grises’ una vez en Bilbao. Pero fue por proteger a una prima mía, a la que iban a caer los palos, y me metí por medio. No me pegaban porque me ponía zapatillas de deporte. Y corría como un gamo. Un día, en una manifestación en la Autónoma, donde mi novia estudiaba Farmacia, nos perseguía un ‘gris’ a dos manifestantes. Yo corría y corría; el otro, aflojó. El gris tiró detrás del otro. Cuando, por fin, lo trincó, le pegaba y decía: —“Hijo de puta, que carrerón me has dado”—.
¿Y el doblaje? ¿Cómo empezaste en el doblaje?
MI primer doblaje fue en Sago, una empresa radicada en Exa. Fue un colega de Arte Dramático el que se comprometió para que yo doblara. Recuerdo que estaba en Córdoba cuando me avisaron, en casa de un amigo, con la que era entonces mi novia y luego mi mujer. Me llamo allí este amigo para que fuera a Madrid a doblar. Entonces no había teléfonos móviles, claro.
¿Cómo era la vida en los estudios en aquella época?
Era un ambiente totalmente diferente. Yo conocí a todos los actores míticos de la edad dorada del doblaje. Eran unos actores cojonudos. Muy cachondos además. Había bar en todos los estudios. Se bebía.
Vivía yo entonces en la calle Nieremberg, cerca de dos estudios de doblaje; uno de ellos, Telson, donde hice el protagonista de Orzowei, junto a Teófilo Martínez, Antolín García y Ángel Mari Baltanás.
Ha cambiado mucho. Ahora ya no ves a un compañero. Vas y estás solo, con el director y el técnico. Haces tu papel. Y te vas. Entonces se socializaba, se jugaba a las cartas… He vivido esa época gloriosa.
¿Y en el aspecto laboral, cómo ha cambiado el doblaje?
Cuando yo entré a doblar, había cuatro categorías: cuarta, tercera, segunda y primera. La cuarta, que es la que yo empecé cobrando, no llegaba a 1.000 pesetas. Eran novecientas y pico. La primera era cinco mil y pico. Y las otras no me acuerdo. Se cobraba por convocatorias.
De lo que sí me acuerdo es de la primera ‘segunda’ que cobré: fue en Arcofón, un estudio que estaba en la calle Vallehermoso. Dirigía José Ángel Juanes, todavía vivo. La primera ‘primera’ que cobré también fue en Arcofón, con Jesús Nieto, en un redoblaje de El Príncipe Valiente. Yo doblaba a Robert Wagner.
Luego Asade, la asociación profesional de entonces, cambió la forma de cobro, por los takes. Esto tenía una pega: solo cobrabas hasta el take 35. Por eso la primera huelga en la que yo estuve: la de 1979. Esta huelga pretendía levantar el techo de 35 takes, y lo consiguió. Se firmó el acuerdo el 28 de noviembre de 1979. Lo recuerdo perfectamente, porque esa noche, de madrugada, nació mi hija Marta, a la que Antolín García bautizó como Marta Convenio Jover. Así se lo comunicó a la Asamblea.
¿Es decir, al principio se cobraba solo la convocatoria; luego por takes, hasta un máximo de 35; y luego, tras la huelga del 79, se quitó ese techo?
Eso es; sí.
¿Seguiste formándote cuando llegaste a Madrid? ¿Con quién?
De esa primera época en Madrid recuerdo al grupo Los Errantes, donde conocí a Carmen Maura, a María Garralón, que luego hizo Verano azul. También estuve en un grupo de mimo, con Luis Agudo; trabajamos en televisión. Tenía entonces 19 años; y me seguí formando.
Los años 80 te sonrieron especialmente en el aspecto profesional, al protagonizar un buen puñado de películas muy populares. ¿Qué recuerdas de aquella época?
Siempre estaba currando. Era muy joven, pero me hice un chalé (aunque me estafaron). Me iba muy bien. Doblaba siempre al protagonista, o al amigo del protagonista. Hasta que, en 1993, fuimos a la huelga. E intentaron cortarme la cabeza. Yo estaba en la mesa de negociación. Fue una huelga sangrante. Se vendieron muchas casas a consecuencia de la huelga, se vendieron coches… Fue muy traumático. A mí me iba muy bien: dirigía, hacía mucha publicidad… Y, de pronto, se hizo el vacío. Intentaron cortarme la cabeza. A mi compañera de entonces se la cargaron. Y conmigo lo intentaron. Pero no pudieron. Porque tengo más cuello que Fernando Alonso. No pudieron conmigo; mañana mismo voy a doblar con Luis Manuel Martín.
Doblaste a Tom Cruise en El color del dinero (1987). ¿Qué recuerdas de la película? ¿Cómo fue trabajar con Juan Miguel Cuesta, quien dobló a Paul Newman?
Con Juan Miguel Cuesta se trabajaba muy bien. A Tom Cruise también lo doblé en Cocktail. Y en Risky Business hice al amigo del protagonista.
Un año después, en 1988, doblaste a otro protagonista de una película emblemática, como Big. ¿Qué te parece Tom Hanks? ¿Qué dificultades planteó aquel doblaje, con Gloria Cámara, Alfonso Laguna y Luis Carrillo, a las órdenes de Ramiro de Maeztu?
Recuerdo a Miguel Ángel Garzón, que era muy pequeño entonces. En aquel tiempo no había pedalinas. Y el director, Ramiro de Maeztu, y yo, le poníamos guías de teléfonos para que llegara al micrófono.
Tom Hanks es un actor cojonudo. Lo que pasa es que con la huelga de 1993 se empezó a doblar en Barcelona. Y allí se quedó.
En 1991, volviste a doblar a Tom Hanks en una película quizás infravalorada como La hoguera de las vanidades, dirigida por Brian de Palma. ¿Quién dirigió el doblaje de esta película?
El doblaje lo dirigió Enrique Brasó, un director de cine y guionista, que murió en 2009. Unos años antes, en 2002, escribió junto a Antonio Hernández, el guion de En la ciudad sin límites; y en 2005, el de Oculto.
El elenco de actores de doblaje de La hoguera de las vanidades es antológico, con gente como Paloma Escola, Ramón Langa, Félix Acaso, Juan Antonio Gálvez, Julio Núñez, Javier Franquelo, Rafael de Penagos, Gonzalo Durán, Eduardo Moreno, Claudio Rodríguez y otros muchos. Entonces trabajabais todos juntos en el atril. ¿Como recuerdas aquel doblaje?
También estaba Francisco Hernández, que ha doblado a Morgan Freeman como nadie.
Me acuerdo de que había una escena en la que Tom Hanks daba unos gritos enormes. Y Luis Bajo, un actor que empezaba entonces, me miraba como diciendo: —“Este se ha vuelto loco”—.
Conocí a todos los grandes. El otro día vi un redoblaje de Casablanca, de 1983, con José Guardiola, Rafael de Penagos, Félix Acaso, Paco Arenzana… Y yo había trabajado con todos. Eran muy grandes. Y yo me llevaba muy bien con ellos, con José Guardiola, con Félix Acaso y Rafael de Penagos… Eran unos cachondos. También me he llevado muy bien con Gabi Jiménez, con Ramón Langa, con ‘Rolo’ (Jesús Rodríguez), con Miguel Ángel del Hoyo y con José Luis Gil, que es un actor cojonudo. Y de las mujeres, con Amparo Climent, con Lucía Esteban, Maite Tajadura y Silvia Sarmentera; son muy buena gente.
Más tarde, en la segunda mitad de los años 90, volviste a protagonizar el doblaje de comedias muy destacadas en la historia reciente del cine popular, como Algo pasa con Mary (1998) y Full Monty (1997). ¿Te sorprendió su éxito?
No me sorprendió. Yo trabajaba mucho. Y en todo tipo de películas. Aunque también lo pasaba bien. Recuerdo algunas noches de juerga con Guardiola, por ejemplo. Un día bebí tanto que al día siguiente no podía ir a doblar. Y le dije a mi mujer que llamara al estudio. Pero ella no quiso. Así que tuve que llamar yo. Y Ramiro de Maeztu, el director del doblaje de aquella película (Cocoon) me echó una bronca terrible. —“¡Qué poca vergüenza! ¡Faltar a trabajar! ¡Y más, un lunes… es que pareces un aprendiz”—.
Pero antes, en 1986, habías trabajado, en Los inmortales, con uno de los mitos del doblaje español, como fue José Guardiola, que dobló aquí a Sean Connery, mientras tú hacías a Christopher Lambert, el protagonista. ¿Cómo era trabajar con Guardiola?
Guardiola era un tío cojonudo. Tenía una voz estupenda; brillante, poderosa… Y hablaba muy deprisa. El inglés es más económico que el español. Y viene muy bien tener un actor de doblaje que hable deprisa. Los inmortales la dirigió Pepe Martínez Blanco, que fue como mi segundo padre; me ponía en todo lo que hacía.
En el capítulo de series, tu trabajo en el doblaje también atraviesa tres o cuatro décadas de títulos señeros, como Vacaciones en el mar, Urgencias, The office, o más recientemente, El joven Sheldon, en algunas de ellas como director. ¿Por qué te decidiste a dirigir?
Entonces lo pagaban bien, antes de 1993. Llevo dirigiendo desde 1981. He dirigido hasta 2023. Pero ya no dirijo más. No quiero madrugones. Prefiero estar en casa, leyendo delante de la chimenea, o cuidando del huerto que tengo desde hace muchos años. O cuidar de mi invernadero. Dirigir lleva mucho trabajo, ajustar… Es mucho trabajo
¿Qué es lo mejor de dirigir? ¿Y lo peor?
Lo mejor de dirigir es que te evades. —“Lo he dejado corto”. —“Pues déjalo en su sitio”— . Y lo peor es el ajuste; es mucho trabajo. Y los días en que un actor te llega de mal humor. Porque, a lo mejor ha pasado mala noche, y se encuentra en el estudio con el director, que le pide que lo haga bien. Hay que conocer bien a los actores. Y comprenderlos. Esto es fundamental a la hora de dirigir, no muévemelo dos a la izquierda o cuatro a la derecha. Eso es una gilipollez. Y ahora se dirige así.
Antes, el director supervisaba las mezclas: —“Súbelo dos”— decía, o —“Bájalo tres”—. Terminología propia de los tiempos: las moviolas eran verticales. Luego fueron horizontales. La terminología cambió; se decía: —“Adelanta tres… retrasa cuatro”—. Ahora se dice: —“Muévelo dos a la derecha, o tres a la izquierda”— . Insisto: una gilipollez.
Ahora, con Wikipedia, puede dirigir cualquiera: se minimiza el diccionario de la Real Academia Española (RAE), el de sinónimos, el María Moliner. Por ejemplo, yo tengo 6.000 volúmenes en casa, o más. Ahora, se aburren de coger polvo. Recuerdo la primera vez que vi el término Halloween. Me quedé de piedra: era la noche de difuntos. Luego mis dos hijas mayores estudiaron en el Mirabal, un colegio bilingüe. Actualmente, se han colado el término y la costumbre…
¿Recuerdas tu última escena en Urgencias, una de las más emotivas de la serie?
No, no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es la dificultad de conllevaba la serie. —“Doctor Green, póngale tres gamos de epinefrina”—. Los diálogos estaban plagados de términos médicos. Y había que decirlos. A toda velocidad. Y vocalizando todo. Muy complicado.
Estuvimos 10 años doblando Urgencias. Aunque la serie que más me ha durado ha sido NCIS Los Ángeles. Catorce temporadas. Empezamos en 2009 y terminamos en 2023, en junio del año pasado.
Es muy cómodo trabajar en series. También he trabajado como actor de imagen. Y es muy cómodo. Conoces al de maquillaje, al del catering, al de vestuario… Te conoce todo el mundo. Estás tranquilo. Es como ir a la oficina. Y en doblaje pasa más o menos lo mismo. Cuando una serie se alarga mucho, te da tiempo a conocer bien al actor, sabes su tempo, el de todo el reparto…
¿Y The office, ya en los 2000, donde doblaste al jefe encarnado por el famoso cómico Steve Carell? ¿Cuál fue tu primera impresión de la serie? ¿Cómo viven los actores de doblaje esos acusados cambios de formato?
Se dobló en Abaira, en lo que es ahora SDI. Recuerdo que hice una prueba para ese personaje, que hizo también Javier Dotú. Pero me lo dieron a mí. Era un personaje muy difícil; hablaba mucho. Empezó dirigiendo la serie Antonio Villar. Y luego pasó a Juan Antonio Arroyo.
Era muy difícil. Me pusieron dos episodios en cada sesión, noventa takes; tengo fama de ser muy rápido. Pero este personaje era muy complicado. Así que subí a Producción, y les dije que solo un episodio en casa sesión. Un episodio, y ya está.
¿Recuerdas algún momento especialmente emotivo en una sala de doblaje?
Con José Luis Gil. Doblábamos la serie Norte y Sur, y a su personaje se le incendiaba la casa, y moría su madre. Por aquel entonces la madre de José Luis Gil acababa de morir. Y José Luis le puso tanta intensidad interpretativa, que me tuve que salir de la sala. No lo aguantaba. Le puso mucha verdad.
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Imagen, cortesía de Voces para la resistencia.